Me levanté al día siguiente, y como
era lunes sentía que tenía que empezar a hacer cosas, no podía ponerme la
excusa de que era fin de semana, no encontraba ninguna manera de procastinar ya
más de lo que lo había hecho. Esa noche había tenido pesadillas después de
mucho tiempo de dormir tranquilo en casa de mi abuelo. Me desperté con el recuerdo
de ese mal sueño que básicamente había consistido en gente persiguiéndome en
medio de un campo de trigo gigante en el que perdía la orientación. No es que
no supiera por donde salir, o donde empezaba o terminaba sino que ya no podía
diferenciar si quiera mi izquierda de mi derecha. Todo me daba una sensación de
extremo cansancio y agobio. Tenía esa sensación aún metida en el cuerpo aunque
no me acordara de los detalles del sueño. Desayuné con mi abuelo como siempre,
el parecía muy tranquilo. Durante el desayuno me comentó que durante la mañana
me daría los detalles exactos del tema
del dinero, de los costes que él había pensado que debería tener el local, y la
maquinaria y electrodomésticos más caros. Yo le dije Vale.Fingiendo una
tranquilidad que me salió bastante natural, (debo decir, al menos me consolaba
pensar lo buen actor que soy).
Había decidido que la mesa del
comedor que solíamos usar excepto para días especiales o importantes como
Navidad, Nochevieja, aniversarios etc. Y que me centraría en dos tareas
principales que serían mirar locales y marcas de neveras y congeladores
especiales para hostelería. En cuanto a los locales ya tenía algunos en los que
me había estado fijando antes de que mi abuelo me dijera que íbamos a de verdad
hacer todo esto. Lo que pasaba es que como siempre había tenido la genial idea
de no apuntarme nada ni guardar ningún tipo de información al respecto. Así que
decidí que la mejor idea, por otro lado lo único que se me ocurría como
solución era ir a los sitios físicamente y apuntar el número de teléfono y si
tenían algún otro tipo de contacto. De en qué parte de la ciudad estaban esos
locales sí que me acordaba así que al menos con eso no habría problema. Y
porque no decirlo, siempre me ha gustado más darme paseos de aquí para allá que
el trabajo de oficina, de hecho ese era uno de los pensamientos intrusivos que
más me consumía. ¿Podría pasarme tantas horas al día como requería todo el
proyecto, contestado emails, contactando gente, respondiendo mensajes etc.?
Cada vez esas dudas crecían más en mi mente y me llevaban a lugares bastantes
oscuros y complicados, pero intentaba ordenar las tareas y concentrarme solo en
una. Eso me ayudaba a estar en el momento presente y no dejarme arrastrar por
el sentimiento de agobio.
Le dije a mi abuelo lo que me había
pasado de que me había olvidado de apuntar el contacto de los locales que me
interesaban y que me tenía que ir con el metro al lugar físico. Mi abuelo me
dijo que vale, que le parecía bien, pero que por favor si veía alguno más, a
partir de ahora lo apuntara porque ahorraríamos mucho tiempo. La verdad que
esas palabras de mi abuelo me hicieron sentir un poco triste y decepcionado
conmigo mismo, porque pensaba que él se sentía así también. Igualmente seguí mi
plan bastante contento porque dejaba atrás mi mesa con mi portátil donde se
encontraba uno de los mayores infiernos a los que me podía enfrentar durante
estos días…mi caótico, nada organizado ni funcional correo electrónico.
Necesitaba ordenarlo pero no sabía cómo, y me daba mucha vergüenza decirle a
cualquiera que nos sabía cómo hacer eso, pero los correos inútiles, los no
deseados y los que de verdad servían para algo se habían mezclado de una forma
y en una tal cantidad que yo ya no podía manejar. Una bola de nieve demasiado
grande para pararla yo solo a estas alturas. ¿Podría ser una metáfora de cómo
iba mi vida? Probablemente, pero bueno iba a olvidar eso ahora mismo y
adentrarme en el siempre aventurero y sorprendente mundo del transporte
público.
En realidad sólo tenía pensados
tres sitios, en los que me había fijado hacía bastante. Por eso me asustaba la
idea de ir a dónde recordaba haberlos visto y que ya no estuviera el cartel de
contacto, eso significaría otra pérdida de tiempo más. Pero realmente era
inútil pensar así porque no tenía otra opción más que ir. Había dos sitios que
estaban por la misma zona del centro y otro que estaba también en el centro
pero más lejos. Para llegar caminando debería andar como 40 minutos o así, pero
bueno era un paseo bonito, en el que me cruzaba con la mayoría de calles
principales del centro y edificios emblemáticos de la ciudad. Así que tampoco
me importaba, andar me relajaba muchísimo, me despejaba mucho la mente. Llegué
al primer sitio era un bajo de una calle bastante estrecha y oscura, pero muy
cercana a una de las calles más importantes del centro. Realmente no sabía cómo
sería por dentro pero el precio me parecía barato y la ubicación muy buena. Así
que directamente llamé al teléfono que aparecía en el rotulo que había colgado
de la reja de la ventana. Estaba muy nervioso mientras sonaba el dial, y en el
fondo de mí deseando que nadie contestara. Pero contestaron, un hombre me
respondió con su frase de identificación corporativa diciéndome su nombre y el
de la inmobiliaria. Le dije: -Hola mire, sí, soy Antonio estaría interesado en el
bajo que tienen en la calle Santa Catalina número 20. –Si hacemos visitas los
martes y los jueves. ¿Le vendría bien mañana o el jueves? –Sí mañana puedo
durante todo el día. – ¿Mañana a las 10.30 le vendría bien?-Sí, perfecto. –De
acuerdo pues, nos vemos mañana a las 10.30
allí. Después de esa gestión bastante sencilla que para mi sorpresa
parecía haber ido bien, hice lo mismo con los dos otros sitios que ya tenía
visto. Fui al que estaba más cerca y nadie me cogió el teléfono, así que me fui
caminando hacia el otro sitio. Tenía que caminar bastante pero más que no
importarme me gustaba. Durante mi paseo de 40 minutos por el centro, encontré
varias personas pidiendo dinero y a la mayoría no le di nada, las ignoré sin
más. Pero una de ellas era una chica que cantaba en la calle, tenía grabadas
unas bases de música electrónica de estilo muy como experimental relajante, y
ella cantaba por encima una especie de fado en portugués, me pareció precioso,
y me acerqué a darle tres euros. Al acercarme pude ver el usuario de Instagram
que tenía apuntado en el cartel al lado del recipiente que tenía para las
monedas. La verdad que me gustaría haberme parada a hablar con ella de lo mucho
que me gustaba lo que estaba haciendo, pero era demasiado tímido para eso,
además que tampoco quería distraerla o molestarla. Se le veía muy entregada y
concentrada mientras cantaba. Hasta la expresión de su cara me encantaba, era
parte de su actuación para mí. Entonces apunté su Instagram en las notas del
móvil y pensé que al menos podría vencer la timidez que me causaría enviarle un
mensaje directo. Le envié una solicitud, me guardé el móvil en el bolsillo y
seguí caminando. Durante el paseo el aire fresco pero no frio y el sol me rozaban la cara y me sentía bastante
agradecido de que estuviéramos en primavera, ese tipo de tiempo me encantaba.
Mi estación favorita del año es el otoño, pero la brisa suave de la primera es
una de mis cosas preferidas de la vida.
Llegué a donde estaba el otro bajo
que me gustaba, la calle se llamaba Raimundo Casasempere, llamé a la
inmobiliaria y me dieron hora para hacer la visita un poco más tarde de las
10.30, también al día siguiente por la mañana. Después de esas dos exitosas
operaciones, me fui a coger el metro para volver a casa. Desbloqueé el móvil
para contarle a mi abuelo lo que me había pasado durante la mañana mientras
esperaba el metro. Entonces vi la notificación del Instagram de que la chica
que cantaba en portugués por la calle me había aceptado la solicitud. Mi abuelo
me contestó que le parecía que la mañana había ido muy bien, y que creía que
por hoy ya estaba bien, que le parecía bien que me tomara la tarde de relax. Así
que eso hice, yo sé que mi abuelo siempre tiene y ha tenido en cuenta toda la
ansiedad que me supone hacer gestiones que conllevan hablar con otras personas
y hacerme cargo de responsabilidades medianas ( es decir cualquier tarea más
difícil que cortar y pelar verduras). Mi abuelo esa mañana hizo algunas cuentas
para las futuras compras de máquinas y electrodomésticos pero aún no podía
avanzar mucho porque no habíamos empezado a tomar ninguna decisión respecto a
eso.
La
mañana siguiente cogí el mismo metro que iba al centro, tenía que estar en la
parada media hora antes de las diez y media que era lo que tardaba en llegar
desde casa mi abuelo. El camino no se me solía hacer aburrido ni estresado.
Solía mirar por la ventana y me relajaba ver el paisaje de la ciudad, todos los
objetos, infraestructuras i edificios moviéndose tan rápido a mi alrededor me
hacían sentir que realmente lo de fuera del metro no era real, pero me enfocaba
mucho en eso y hasta podía ignorar todo el ruido que hacía la gente de mi alrededor,
hablando, con el móvil o con cualquier otra cosa. Entonces mientras estaba en
mi sesión de mindfulness urbano, vi una notificación en el móvil. Era la chica
que cantaba canciones portuguesas en la calle. Simplemente me había aceptado la
solicitud de amistad, no me había escrito nada más. Así que yo le puse: Hola,
emoji de carita sonriente con mejillas sonrojadas, te vi cantando en la calle y
me encantan tus canciones en portugués, enhorabuena!
Me parecía que sería también
interesante conocer a esa chica como amiga, pero la verdad es que no sabía que
decirle con respecto a eso, así que dejé el mensaje así sin más, sólo
felicitándola por su buena música.
Después de prestar atención a la
conversación con la chica de las bonitas canciones, me quedaban sólo tres
paradas para bajarme lo más cerca paraba ese metro de la calle Santa Catalina. La
mujer de la inmobiliaria me enseñó el local rápidamente, ya que simplemente era
un bajo vacío, que tenía instalación para una cocina que teniendo en cuenta que
su uso sería para la hostelería podría catalogarse de mediana. Y un espacio en
el que cabrían dos o tres mesas, lo cual estaba bastante bien dado que nuestra
idea era ofrecer solamente servicio para llevar. Mi actitud durante la visita
era de bastante energía y satisfacción con el sitio, y la señora hablaba y
caminaba bastante rápido, así que la visita entera duró como unos diez minutos.
Lo más complicado fue cuando me hablo de las instalaciones de la cocina, de qué
uso podían tener, las máquinas y las potencias de éstas que podrían ser
instaladas etc. Sinceramente creo que el porcentaje de lo que entendí de esa
conversación fue de uno veinte por ciento, es decir que no me estaba enterando
de nada. Así que intenté poner mi memoria y concentración en modo alto para
intentarlo apuntar después para decírselo a mi abuelo. Finalmente la agente
inmobiliaria me explicó un montón de condiciones y consecuencias que tenía el
contrato. Hablaba de cantidades de dinero, cláusulas, fechas, etc… mientras me
explicaba todo eso volví a intentar poner la concentración y la memoria en modo
on para poder explicárselo a mi abuelo después. Pero la verdad es que cuantas
más cosas decía, más largas me parecía que eran sus frases, menos podía
conectar unas ideas con otras para que formaran un sentido coherente, general
en mi mente, cada vez sentía más angustia y que me costaba más respirar. Sin
embargo sabía que eso no era algo que le pasara a la mayoría de las personas en
una situación como esa. Así que como no quería quedar como una persona loca con
problemas, que realmente es lo que soy, pues simplemente intenté disimular al
máximo todo eso que estaba sintiendo por dentro de mi mente y mi cuerpo. Cuanto
más disimulaba, asintiendo y sonriendo más mareado y tembloroso me encontraba.
Pero así era el mundo de la ansiedad secreta. Cuánto más secreta y reprimida
estaba más crecía como una bola de nieve rodando cuesta abajo.
Después de todo eso estaba exhausto
pero, la culpa me comería si volvía a casa sin haber ido a ver el otro local. No
podía fallarle así a mi abuelo que me estaría esperando para cuadrar todas las
cuentas y empezar a tomar decisiones. Tampoco quería decepcionarme así a mi
mismo así que anduve los cuarenta minutos que me quedaban hasta el local de
Raimundo Casasempere. De camino me encontré a la cantante, estaba en el mismo
sitio que la última vez, pero parecía que estaba descansando. Ya que estaba
sentada en un portal comiéndose una manzana. Si la ansiedad que había pasado en
la primera visita que había tenido en el local de Santa Catalina no me hubiera
gastado tantas energías a lo mejor hubiera pensado en acercarme a decirle algo.
Pero entre lo que ya había pasado y que aún me quedaba simplemente pasé de
largo. La verdad que sentí un toque de tristeza al sentirme tan débil. Porque no
era un problema de tiempo, ni siquiera de timidez, simplemente no me sentía con
fuerzas para afrontar otro ataque de ansiedad más.
Por fin llegué al otro local donde me estaba
esperando otra señora de la inmobiliaria. Este local era un poco más grande,
creo que en vez de seis mesas a lo mejor podrían caber diez, y la cocina era
más o menos del mismo tamaño. El sitio era igual de céntrico y la calle un poco
mejor que la calle Santa Catalina. La visita fue bastante rápida, a lo mejor
cinco minutos más que la otra. Esta señor no se alargó tanto hablando de toda
la burocracia que tendría que enviar y todos los formularios que tendría que
rellenar si de verdad estaba interesado. Así que mi cuerpo que ya estaba
empezando a ponerse tembloroso se sintió aliviado, y mi cabeza notó el sosiego
como una bendición matutina que me había dado esa señora agente inmobiliaria.
En
el camino de vuelta a la parada del metro, cuando iba imbuido en mis
pensamientos sobre todo lo que me tenía que acordar para decirle a mi abuelo, y
también teniendo pensamientos intrusivos sobre potenciales problemas, que aún
no tenía me crucé otra vez con la cantante callejera. Esta vez estaba cantando
un fado, su voz no iba acompañada de ningún instrumento, sólo se mezclaba con
los ruidos aleatorios del bullicioso centro. Pero era precioso, me gustó tanto
que me paré a escucharlo entero. Durante lo que duró se acercaba gente y
después de unos minutos escuchando seguían su camino hacia donde quiera que
fueran. Yo fui el único que me quedé hasta al final. La chica mientras
realizaba su actuación parecía no tener mucho e cuenta la gente que pasaba, se
acercaba o se alejaba. Parecía muy concentrada creando su pequeño mundo en
medio de todas las calles, tiendas, bancos, restaurantes, estatuas, gente
estresada, gente tranquila y gente de todo tipo. Pero si te concentrabas en lo
que ella hacía todo eso paraba. O eso al menos es lo que me pasaba a mí. Cuando
acabó de cantar y todo es mundo fue apagándose poco a poco, espere unos
minutos, no sé si para dejarla descansar, o para sentir que realmente no estaba
interrumpiendo nada. Después de esos tres minutos me acerqué a hablar con ella.
–Hola, ¿qué tal?, no podía parar de mirar su pelo negro larguísimo undulado
luciendo tan natural. –Muy bien, y tú ¿cómo estás? –Pues encantado de estar
aquí escuchándote, la verdad que es un privilegio poderte escuchar gratis en la
calle. –Muchas gracias por el apoyo, la verdad es que a veces es más complicado
que te escuche alguien como música callejera que cantando en un teatro pero
prefiero estar aquí. –Ah, es muy interesante, seguro que tienes tus buenas
razones. –Como me decía mi abuela, las obras son amores y no buenas razones así
que por eso estoy aquí. –Sí, parece una buena explicación la verdad, te agregué
al Instagram el otro día, ahora me tengo que ir a casa, pero si quieres podemos
seguir hablando por ahí. –Si claro, con gusto, que vaya bien, hasta luego. Me
despedí tan rápido no porque me faltara el tiempo para hacer cosas durante el
resto del día, sino porque no sabía que más decir. La verdad que me había
gustado la frase de su abuela, pero todas las respuestas que me habían venido a
la mente para contestar eran preguntas demasiado personales, que no me sentía
cómodo haciéndole a nadie en una primera conversación. A pesar de todo eso
hablar con esa chica me había sentado muy bien, y me había ayudado a olvidar
todo el agobio que había pasado esa mañana.
Por
fin llegué a casa mi abuelo. ¿Qué tal, cómo han ido las visitas? Yo simplemente
le pasé el móvil con la aplicación de las notas rápidas abierta, por donde
había estado haciendo unos esquemas de la información que había podido recordar
que me habían dicho las dos mujeres y me fui a mi habitación. Mi abuelo creo
que se quedó leyendo los esquemas porque no llamó a mi puerta hasta diez
minutos después. En esos diez minutos en los que estuve en mi habitación con la
luz apagada, echado en la cama, pasaron unas cosas muy extrañas que me
asustaron intensamente. Empecé a ver la sombra de una señora detrás de la
cortina de mi habitación, por dos segundos la sentí real como si estuviera
allí. Me quedé bloqueado, paralizado, helado por un minuto después lloré un
poco, y seguí tirado en la cama.
Cinco
minutos después llamó a la puerta mi abuelo. Le dije que pasara, -¿Qué pasa
Antonio, he estado leyendo todas las cosas que has apuntado en el móvil y creo
que tenemos muy buenas oportunidades para llevar a cabo nuestras ideas y que
las cosas van a salir bien, por qué estás tan desanimado? –No estoy desanimado
abuelo, solamente estoy exhaustamente estresado. –Pero si lo has hecho todo
bien Antonio, ¿por qué crees que te sientes tan estresado? No lo sé abuelo, no
quiero hablar de eso ahora por favor.-Vale, te dejo descansar. Y mi mente medio
loca, en sus últimas fuerzas por mantenerme despierto se durmió.
Al
día siguiente fuimos mi abuelo, Nuria y yo a preguntar cosas sobre
electrodomésticos industriales. Fuimos primero al sitio de las neveras, después
al de los hornos y por último a mi preferido que era el de las cafeteras
profesionales. La verdad que esa mañana me lo pase bastante bien, porque lo
único que hacía era mirar el diseño de las cosas y opinar de si me gustaban
estéticamente o no. Todo lo otro lo iban pensando Nuria y mi abuelo. La mayoría
de las veces no solían coincidir las cosas que me gustaban, y que pensaban que
quedarían genial en el restaurante de mis sueños con las que más eficientes y
buena relación calidad –precio tenían. Por las resúmenes rápidos de las
conclusiones a las que habían llegado que me hacían Nuria y mi abuelo, me
enteré de que habían encontrado buenos precios de hornos y cafeteras pero no de
neveras. Así que había que seguir buscando más lugares de neveras industriales
y posiblemente volveríamos, o mi abuelo tendría que seguir hablando con los
empleados del sitio de los hornos y cafeteras. En mi cabeza me imaginaba
dominando el arte de hacer el café de buena calidad a buen precio. No me hacía
especial ilusión lo de hacer dibujos en la espuma. Yo quería tener un estilo
basado en la simpleza de la calidad. Como cuando coges un tomate del huerto, y
simplemente te sabe a ambrosía de dioses, pero en café. Consiguiendo todas las
texturas, temperaturas y sabores que más me gustaban y que mejores creía, en mi
humilde opinión de barista soñador.
Esa
mañana después de comer Nuria, mi abuelo y yo un gazpacho manchego vegetariano
con pollo falso de proteína de soja que había hecho mi abuelo me hablo la
cantante callejera. Me dijo que tenía tiempo libre y ha¡bía llegado a la ciudad
hacía poco así que tenía solo dos o tres amigos, que si quería ir a tomar un
café por su zona. Yo le dije que podía al día siguiente por la tarde porque esa
tarde me iba al cine con Nuria y con mi novio.
Fuimos a tomar café por la zona en
la que ella vivía. Estaba por las afueras de la ciudad pero tenía mucho verde,
pequeños cafés, grandes supermercados y un centro de jardinería. En el café en
el que decidimos también servían comida. Tenían unos sándwiches vegetarianos
con combinaciones de ingredientes bastante interesantes ( poner ejemplos) también algunas hamburguesas, una de ellas de
tofu…El sitio era mediano y bastante tranquilo. Yo me pedí un té y ella se
pidió un capuccino. El nombre que tenía en Instagram era Juliajuliette, así que
le dije que si se llamaba julia. Ella me dijo que se llamaba Juliana pero
prefería Julia o Juliette. La verdad a
mi Juliette me sonaba un poco raro porque nunca he estado muy relacionado con
el francés, así que no sabí ni si quiera si podría pronunciarlo bien. –Bueno y
¿qué tal la vida? ¿Cómo que ha has venido a esta ciudad? ¿Qué te gusta de
ella?. –la verdad que vine a esta ciudad porque es más grande que la mía y
pensé que la gente me ayudaría más y tendría más oportunidades para desarrollar
mi carrera artística. -¿Y cómo te ha ido por ahora? Pues la verdad es que muy
bien vine con algún dinero ahorrado, con el que me puedo pagar la habitación
por aquí, y saca un poco de dinero al día cantando que me da para algunos
gastos de la comida. –Ah lo veo muy bien. Dije yo. Seguimos hablando un poco más la conversación era bastante fluida, no nos aburríamos, o almenos yo no me aburría y tenía la sensación de que ella tampoco. Sin embargo al ser la primera vez que hablábamos tan detenidamente después de más de una hora nos despedimos y cada uno se fue por su lado. Cuando me despedí de ella empecé a no encontrarme muy bien en ese barrio que no conocía mucho y que a pesar de tener su encanto, mucha gente me había dicho que no era seguro y que tuviera cuidado. La sensación de inseguridad fue creciendo en mí, y pasó a convertirse en ansiedad. Me temblaban las rodillas y sentía que las energías que tenía para andar y tenerme en pie eran muy pocas. Después de ese estado nervioso-ansioso, cuando me subí en el autobús las cosas empeoraron. Empecé a pensar en cada una de las personas que tenía alrededor. Comencé a imaginarme todas las cosas peligrosas que podían hacerme. Entonces vi que alguien se leventaba del asiento y venía hacia el mío. Rapidísimamente pulsé el botón y en dos minutos llegamos a la siguiente parada y me bajé enseguida. Aterrado, me giré para ver si el hombre del autobús me seguía, y vi que no. Mé senté en un bordillo del suelo, las rodillas me temblaban muchísimo más, sentía que el corazón se me iba a salir del pecho. Me pusé a llorar. No sabía lo que me había pasado, sólo que había sido horrible. De las peores experiencias de mi vida, si no la peor. Tenía que volver a casa pero aún estaba asustadísimo, no sabía si contarle a mi abuelo lo que me había pasado o no. Ya no podía enfrentar otra vez la experiencia de subirme al autobús. Llamé a un taxi, y aunque durante el viaje no me pude tranquilizar del todo, de alguna manera logré llegar a casa sano y salvo.