martes, 14 de abril de 2020

Bea y yo


Sé que mi amiga Bea se alegrará mucho cuando vaya a visitarla al hospital ya que está en una fase mucho más avanzada de la recuperación. Hace mucho que no vengo a verla y estoy muy nervios por ver cómo se encontrará físicamente, cómo estará de ánimo. Es de mis mejores amigas y siempre hemos estado muy unidas pero últimamente no he podido prestarle tanta atención cómo me gustaría, en una situación así. Creo que el buen tiempo, estará ayudando también. El sol es más intenso y los días son más largos cosa que a mí me gusta bastante. No sé si alguna vez hemos hablado de eso… ah sí creo que me dijo que a ella también le gustaba cuando el día alarga pero no el sol demasiado fuerte. El día más largo me dijo, que le permitía hacer más cosas y se sentía más viva, y enérgica pero el sol, creo recordar que me dijo que, le hacía sentir muy mal, casi mareada. Me gustaría llevarle un regalo que sea especial entre nosotras, como cuando ella me regaló una caja que tenía un edificio en miniatura dentro. Ella lo construyó con todos los detalles, porque sabía que me encantaría, me dijo que había disfrutado mucho haciéndolo pero que le había costado mucho al mismo tiempo, porque la compró de una página web china y las instrucciones eran pequeñas fotos con explicaciones en chino. Yo tendría que buscarle un regalo así de especial en el poco tiempo que tenía y del trayecto de mi casa al hospital.
Sentía que de verdad quería hacerlo por ella y por mí, y por ninguna de las dos en específico, sino por nuestra amistad. Me fijé en el día que hacía; en todos los sitios que tenía que pasar hasta llegar al hospital. Pensé en su enfermedad. En cómo se había roto la espalda. El día era precioso y primaveral, los colores de las pequeñas florecitas teñían los parques que hasta ahora habían sido bastante bonitos sólo con sus diferentes tonos de verde. Sin embargo ahora tenían toques de morado, azul, naranjas, amarillos suaves y rosas rojizos. Di muchas vueltas sobre mis propios pensamientos buscando una analogía que representara nuestra amistad y la unión que teníamos junto con la idea de sus vertebras desquebrajadas, uniéndose al ritmo que florecen las flores. Entonces automáticamente me vino a la mente el camino de mi casa al hospital: el ascensor, mi portal, la parada del metro-tranvía, las cinco paradas con sus nombres rancios de libro de historia de España, una pequeña plazoleta con tienditas, quioscos, bares y restaurantes, el parque y entonces el hospital Mamas Blancas. De verdad que no me podía explicar los nombres de algunos sitios públicos de mi ciudad, pero bueno, no me detuve en ese amasijo de preguntas sin respuestas porque era demasiado largo y tenía una preocupación más prioritaria. Recordé entonces cada una de las tienditas por las que tenía que pasar: la floristería, la ferretería, el bazar de dueños asiáticos, la librería. Mis primeras ideas fueron bastante buenas (para mí) pero también no muy trabajadas, libros y flores me parecieron lo más especial y bonito. Las flores podrían ser el símbolo de que lo natural siempre tarda mucho en tiempo en cambiar, y que los organismos vivos siempre estamos evolucionando de la vida a la muerte; Y sobre los libros pensé que seguro que encontraría alguno de su gusto que pudiera trasmitirle el mensaje que de que su espalda iba recuperarse y que lo que había perdido, su salud, su tranquilidad, su seguridad, su tiempo, sería fuente de vida, de construcción de su propia autoestima, de aprendizaje, de saberse resistente. 
Luego me paré en medio de la calle, el día seguía esplendido con el sol sintiéndose cerquísima, los bichos revoloteando, la gente sentada en los bancos hablando o esperando o haciendo algo que no sabía muy bien que era. Y me dije a mí misma que ella había puesto mucho más esfuerzo en construir la caja con el edificio dentro y que esos regalos, buenos, pero ya tan regalados no eran suficiente. Entonces entré en la ferretería. Era una tienda bastante grande y llenísima de cosas que la mayoría de ellas yo no sabía para que servían, la verdad. Algunas cosas me sonaban y las relacionaba con las bicis, o con algunas herramientas que había visto que mi padre tenía por casa. También estaban las herramientas básicas que todo el mundo conoce; la sección de menaje que siempre me relajaba mirar y algunos objetos que podríamos categorizar como sección del hogar. Me detuve en sección del hogar ya que no  me sentía tan perdida como cuando intentaba averiguar para que sirvieran la mayoría de los demás artilugios. Miré lentamente las lámparas de mesa y los flexos algunos me encantaban y pensé en comprarme varios y  que en mi mesa quedarían geniales. Pero después pensaba que realmente no los necesitaba. La sección del hogar era casi una sección de decoración, había cuadros, espejos, muebles pequeños, todos ellos dispuestos en una composición que transmitía mucha calidez y sensación de recogimiento de estar en casa.
Después de una lenta pero pequeña vuelta, ya que no era un de las partes más grandes de la tienda, vi una caja de música. Me acerqué y la hice sonar, no sabía cuál era esa canción, o pieza de música, pero realmente me produjo placer escucharla no quería que se acabara porque la melodía me transmitía una belleza y una serenidad  que me eran suficientes para no pensar en nada más. Sentí que era perfecto para regalárselo a Bea, sin embargo yo siempre he tenido un poco de complejo de poetisa  y no quería renunciar a encontrar la metáfora que en un objeto representará la lentitud, valentía, fuerza, vida e inteligencia que la recuperación de su espalda significaba. Me dije para mí misma que con la canción bastaría que, que las cosas sencillas pero realmente bellas son mejores que algo demasiado pretencioso. Sine embargo, tuve lo que a mis propios ojos me pareció una gran idea: el mecanismo de la caja de música, según mi parecer sería bastante parecido a cualquier mecanismo óseo. Entonces cogí la caja la miré bien, me encantaba, me la acerqué al pecho como para sentir lo que me trasmitía. Sentí calma y alegría, las dos a la misma vez me provocaban la felicidad. Por eso fui corriendo a hablar con el cajero.  A mí los ferreteros (y todas las personas que trabajan en tiendas de algo muy concreto) me parecían sabios infinitos con un conocimiento vasto a cerca de cosas muy poderosas y desconocidas para mí. Con bastante inseguridad y miedo de preguntar algo estúpido o imposible, le comenté que si el mecanismo de la caja de música se podía desmontar y que si volver a montarlo resultaba especialmente difícil. Él con su tono serio y su vocabulario de profesional de la ferretería me respondió que dependía de para quién. Entonces entendí que debía darle una explicación más larga a ese señor para que me ayudara a que el plan para construir un buen regalo saliera bien. Le conté toda la historia, y entonces él desmontó toda la caja por mí, y me explicó muy detalladamente cómo debería volver a montarla. Pareció quedar muy comprometido con la historia y no importarle usar todo ese tiempo para explicarme todo con paciencia y muy seriamente. Yo me quedé bastante sorprendida para bien. Tenía todas las piezas por montar dentro de una caja de cartón.
Entonces pasé por el parque y me quedé impactada nunca me había fijado tanto en lo bonito que era ese parque dentro de una ciudad tan normal como me parecía a mí misma mi propia ciudad. De repente me concentré en varios pequeños detalles que había estado ignorando por mucho tiempo. Los olores de la ciudad mezclado con los ínfimos toques de olor que desprendían las florecillas en medio del césped, en medio de los árboles…algunos cítricos que daban los árboles de aquella cálida zona, la propia textura de la hierba que no era igual que la de otras que había visto. Entonces decidí que toda esa vida debería integrarla en el regalo para Bea. Me senté en el césped del parque saqué todas las piezas de la caja y las coloqué sobre la caja. Recordé como el ferretero me había dicho que encajaban y en medio de las piezas coloque trozos de hierbas, pequeñas flores, pétalos que eran un poco más grandes, algunos tallos de flores que eran más ásperos y espinosos. Después de colocarlo todo y cuando a mi parecer quedó perfectamente estético y a la vez representativo de todo lo que para mi ese objeto significaba, activé el mecanismo. Una sensación rápida de miedo me recorrió todo el cuerpo, de verdad quería que fuera suficiente para aliviar a mi amiga al menos un momento. Entonces todo la caja empezó a sonar con esa música que tanto me gustaba y tanta calma me daba… se me vinieron a la cabeza muchos de los momentos con mi amiga y lo que me dolía que ahora no pudiéramos tener la oportunidad de vivirlos, y por un momento también sentí una tristeza muy profunda al imaginarme todo el dolor que ella había sentido por ese accidente. Sin desear nada ni bueno, ni malo, sin pensar por qué o por qué no habían pasado las cosas, solamente dejé que esa tristeza me atravesara.
Aún con algunas pequeñas lágrimas en los ojos, volví a pensar en cómo había quedado la caja con las plantitas y como lucía todo cuando sonaba la música, y me animé de nuevo. Empecé a correr, en un arranque de energía y optimismo. Todo lo que podía ver eran ráfagas de los edificios, de los árboles, de las personas y los coches, paré una o dos veces a respirar. Y en cinco minutos llegué al hospital. Ese edificio se me presentó como el muro más grande que podía haber en el mundo, como una barrera inquebrantable entre yo y mi amiga. Entonces toda la energía que había estado sintiendo mientras corría para llegar allí, se transformó en ansiedad. La temperatura de mi cuerpo cambió empecé a sentir un calor que no podía soportar y en las costillas un ligero temblor. Me calmé a mí misma, pregunté en la ventanilla de admisión por el número de la habitación de mi amiga. Me dijeron que estaba en la tercera planta en la habitación número doce. Y mientras estaba en el ascensor tuve un gran momento de autoconciencia:
ahí estaba yo esperando por ver a mi amada amiga, que siempre había sido mi familia, con mi caja de música toda repleta de ramas y hierbajos dentro de una caja de cartón, sin saber cómo la iba a encontrar cuándo cruzara la puerta de su habitación.
La puerta número doce no estaba muy lejos del ascensor, así que pasé una pequeña parte de ese pasillo que era blanco y parecía infinito, y me plante delante de la puerta número doce. Gire el pomo y allí estaba mi amiga Bea tumbada en la cama con su madre y su tía. Todas ellas sonrieron mucho al verme, y yo al verlas a ellas. Entonces no pude aguantarme y empecé a llorar ni si quiera sé muy bien porque, y Bea empezó a llorar también, las dos sonreíamos mientras llorábamos, y sin decir nada le di la caja. Su llanto empezó a ser un poco más débil, ya que parecía concentrada examinando que era aquello que le acababa de dar, entonces activó el mecanismo y la caja reprodujo la melodía alegre que tanto me gustaba…y Bea se quedó en silencio escuchándola. De pronto esa habitación de hospital tan blanca y fría se convirtió en miles de recuerdos para mí, en miles de lugares dónde habíamos estados, miles de anécdotas que las dos recordábamos bien, personas con las que habíamos convivido las dos. No lo sé seguro pero creo que para Bea también fue algo así, ya que empezó a llorar aún más fuerte pero sonriendo. Yo le di la mano y la abrace como puede, estando ella tumbada en la cama pero con el torso un poco elevado en esas camas de hospital que se pueden mover de diferentes maneras. Allí estábamos las dos en la postura más incomoda del mundo siendo felices con un dolor que nos atravesaba la espalda y a cada una entera. El llanto siguió natural y tranquilo, mientras su tía y su madre nos trataban de calmar pero nosotras sabíamos que iba para largo. Y realmente ni si quiera nos preocupaba. Cuando terminó le pregunte sobre los médico y que le habían dicho. Ella respiró hondo antes de contestar y me dijo que se recuperaría con un tiempo más largo de lo normal en ese caso de lesiones, porque tenía una deformación en la espalda de antes del accidente. Y así, yo tragué saliva y dejé que otro dolor más se me metiera dentro y se esparciera por mis huesos, mis músculos y mis órganos. Pero ya no lloré más, ninguna de las dos lo hicimos.

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