Sé que mi amiga Bea se alegrará mucho cuando vaya a
visitarla al hospital ya que está en una fase mucho más avanzada de la
recuperación. Hace mucho que no vengo a verla y estoy muy nervios por ver cómo
se encontrará físicamente, cómo estará de ánimo. Es de mis mejores amigas y
siempre hemos estado muy unidas pero últimamente no he podido prestarle tanta
atención cómo me gustaría, en una situación así. Creo que el buen tiempo,
estará ayudando también. El sol es más intenso y los días son más largos cosa
que a mí me gusta bastante. No sé si alguna vez hemos hablado de eso… ah sí
creo que me dijo que a ella también le gustaba cuando el día alarga pero no el
sol demasiado fuerte. El día más largo me dijo, que le permitía hacer más cosas
y se sentía más viva, y enérgica pero el sol, creo recordar que me dijo que, le
hacía sentir muy mal, casi mareada. Me gustaría llevarle un regalo que sea
especial entre nosotras, como cuando ella me regaló una caja que tenía un
edificio en miniatura dentro. Ella lo construyó con todos los detalles, porque
sabía que me encantaría, me dijo que había disfrutado mucho haciéndolo pero que
le había costado mucho al mismo tiempo, porque la compró de una página web
china y las instrucciones eran pequeñas fotos con explicaciones en chino. Yo
tendría que buscarle un regalo así de especial en el poco tiempo que tenía y
del trayecto de mi casa al hospital.
Sentía que de verdad quería hacerlo por ella y por
mí, y por ninguna de las dos en específico, sino por nuestra amistad. Me fijé
en el día que hacía; en todos los sitios que tenía que pasar hasta llegar al
hospital. Pensé en su enfermedad. En cómo se había roto la espalda. El día era
precioso y primaveral, los colores de las pequeñas florecitas teñían los
parques que hasta ahora habían sido bastante bonitos sólo con sus diferentes
tonos de verde. Sin embargo ahora tenían toques de morado, azul, naranjas,
amarillos suaves y rosas rojizos. Di muchas vueltas sobre mis propios
pensamientos buscando una analogía que representara nuestra amistad y la unión
que teníamos junto con la idea de sus vertebras desquebrajadas, uniéndose al
ritmo que florecen las flores. Entonces automáticamente me vino a la mente el
camino de mi casa al hospital: el ascensor, mi portal, la parada del
metro-tranvía, las cinco paradas con sus nombres rancios de libro de historia
de España, una pequeña plazoleta con tienditas, quioscos, bares y restaurantes,
el parque y entonces el hospital Mamas Blancas. De verdad que no me podía
explicar los nombres de algunos sitios públicos de mi ciudad, pero bueno, no me
detuve en ese amasijo de preguntas sin respuestas porque era demasiado largo y tenía
una preocupación más prioritaria. Recordé entonces cada una de las tienditas
por las que tenía que pasar: la floristería, la ferretería, el bazar de dueños
asiáticos, la librería. Mis primeras ideas fueron bastante buenas (para mí)
pero también no muy trabajadas, libros y flores me parecieron lo más especial y
bonito. Las flores podrían ser el símbolo de que lo natural siempre tarda mucho
en tiempo en cambiar, y que los organismos vivos siempre estamos evolucionando
de la vida a la muerte; Y sobre los libros pensé que seguro que encontraría
alguno de su gusto que pudiera trasmitirle el mensaje que de que su espalda iba
recuperarse y que lo que había perdido, su salud, su tranquilidad, su
seguridad, su tiempo, sería fuente de vida, de construcción de su propia
autoestima, de aprendizaje, de saberse resistente.
Luego me paré en medio de la calle, el día seguía
esplendido con el sol sintiéndose cerquísima, los bichos revoloteando, la gente
sentada en los bancos hablando o esperando o haciendo algo que no sabía muy
bien que era. Y me dije a mí misma que ella había puesto mucho más esfuerzo en
construir la caja con el edificio dentro y que esos regalos, buenos, pero ya
tan regalados no eran suficiente. Entonces entré en la ferretería. Era una
tienda bastante grande y llenísima de cosas que la mayoría de ellas yo no sabía
para que servían, la verdad. Algunas cosas me sonaban y las relacionaba con las
bicis, o con algunas herramientas que había visto que mi padre tenía por casa.
También estaban las herramientas básicas que todo el mundo conoce; la sección
de menaje que siempre me relajaba mirar y algunos objetos que podríamos
categorizar como sección del hogar. Me detuve en sección del hogar ya que
no me sentía tan perdida como cuando
intentaba averiguar para que sirvieran la mayoría de los demás artilugios. Miré
lentamente las lámparas de mesa y los flexos algunos me encantaban y pensé en
comprarme varios y que en mi mesa
quedarían geniales. Pero después pensaba que realmente no los necesitaba. La
sección del hogar era casi una sección de decoración, había cuadros, espejos,
muebles pequeños, todos ellos dispuestos en una composición que transmitía
mucha calidez y sensación de recogimiento de estar en casa.
Después de una lenta pero pequeña vuelta, ya que no
era un de las partes más grandes de la tienda, vi una caja de música. Me
acerqué y la hice sonar, no sabía cuál era esa canción, o pieza de música, pero
realmente me produjo placer escucharla no quería que se acabara porque la
melodía me transmitía una belleza y una serenidad que me eran suficientes para no pensar en
nada más. Sentí que era perfecto para regalárselo a Bea, sin embargo yo siempre
he tenido un poco de complejo de poetisa
y no quería renunciar a encontrar la metáfora que en un objeto
representará la lentitud, valentía, fuerza, vida e inteligencia que la
recuperación de su espalda significaba. Me dije para mí misma que con la
canción bastaría que, que las cosas sencillas pero realmente bellas son mejores
que algo demasiado pretencioso. Sine embargo, tuve lo que a mis propios ojos me
pareció una gran idea: el mecanismo de la caja de música, según mi parecer
sería bastante parecido a cualquier mecanismo óseo. Entonces cogí la caja la
miré bien, me encantaba, me la acerqué al pecho como para sentir lo que me
trasmitía. Sentí calma y alegría, las dos a la misma vez me provocaban la
felicidad. Por eso fui corriendo a hablar con el cajero. A mí los ferreteros (y todas las personas que
trabajan en tiendas de algo muy concreto) me parecían sabios infinitos con un
conocimiento vasto a cerca de cosas muy poderosas y desconocidas para mí. Con
bastante inseguridad y miedo de preguntar algo estúpido o imposible, le comenté
que si el mecanismo de la caja de música se podía desmontar y que si volver a
montarlo resultaba especialmente difícil. Él con su tono serio y su vocabulario
de profesional de la ferretería me respondió que dependía de para quién.
Entonces entendí que debía darle una explicación más larga a ese señor para que
me ayudara a que el plan para construir un buen regalo saliera bien. Le conté toda
la historia, y entonces él desmontó toda la caja por mí, y me explicó muy
detalladamente cómo debería volver a montarla. Pareció quedar muy comprometido
con la historia y no importarle usar todo ese tiempo para explicarme todo con
paciencia y muy seriamente. Yo me quedé bastante sorprendida para bien. Tenía
todas las piezas por montar dentro de una caja de cartón.
Entonces pasé por el parque y me quedé impactada
nunca me había fijado tanto en lo bonito que era ese parque dentro de una
ciudad tan normal como me parecía a mí misma mi propia ciudad. De repente me
concentré en varios pequeños detalles que había estado ignorando por mucho
tiempo. Los olores de la ciudad mezclado con los ínfimos toques de olor que
desprendían las florecillas en medio del césped, en medio de los
árboles…algunos cítricos que daban los árboles de aquella cálida zona, la
propia textura de la hierba que no era igual que la de otras que había visto.
Entonces decidí que toda esa vida debería integrarla en el regalo para Bea. Me
senté en el césped del parque saqué todas las piezas de la caja y las coloqué
sobre la caja. Recordé como el ferretero me había dicho que encajaban y en
medio de las piezas coloque trozos de hierbas, pequeñas flores, pétalos que
eran un poco más grandes, algunos tallos de flores que eran más ásperos y
espinosos. Después de colocarlo todo y cuando a mi parecer quedó perfectamente
estético y a la vez representativo de todo lo que para mi ese objeto
significaba, activé el mecanismo. Una sensación rápida de miedo me recorrió
todo el cuerpo, de verdad quería que fuera suficiente para aliviar a mi amiga
al menos un momento. Entonces todo la caja empezó a sonar con esa música que tanto
me gustaba y tanta calma me daba… se me vinieron a la cabeza muchos de los
momentos con mi amiga y lo que me dolía que ahora no pudiéramos tener la
oportunidad de vivirlos, y por un momento también sentí una tristeza muy
profunda al imaginarme todo el dolor que ella había sentido por ese accidente.
Sin desear nada ni bueno, ni malo, sin pensar por qué o por qué no habían
pasado las cosas, solamente dejé que esa tristeza me atravesara.
Aún con algunas pequeñas lágrimas en los ojos, volví
a pensar en cómo había quedado la caja con las plantitas y como lucía todo
cuando sonaba la música, y me animé de nuevo. Empecé a correr, en un arranque
de energía y optimismo. Todo lo que podía ver eran ráfagas de los edificios, de
los árboles, de las personas y los coches, paré una o dos veces a respirar. Y
en cinco minutos llegué al hospital. Ese edificio se me presentó como el muro
más grande que podía haber en el mundo, como una barrera inquebrantable entre
yo y mi amiga. Entonces toda la energía que había estado sintiendo mientras
corría para llegar allí, se transformó en ansiedad. La temperatura de mi cuerpo
cambió empecé a sentir un calor que no podía soportar y en las costillas un ligero
temblor. Me calmé a mí misma, pregunté en la ventanilla de admisión por el
número de la habitación de mi amiga. Me dijeron que estaba en la tercera planta
en la habitación número doce. Y mientras estaba en el ascensor tuve un gran
momento de autoconciencia:
ahí
estaba yo esperando por ver a mi amada amiga, que siempre había sido mi
familia, con mi caja de música toda repleta de ramas y hierbajos dentro de una
caja de cartón, sin saber cómo la iba a encontrar cuándo cruzara la puerta de
su habitación.
La puerta número doce no estaba muy lejos del
ascensor, así que pasé una pequeña parte de ese pasillo que era blanco y
parecía infinito, y me plante delante de la puerta número doce. Gire el pomo y
allí estaba mi amiga Bea tumbada en la cama con su madre y su tía. Todas ellas
sonrieron mucho al verme, y yo al verlas a ellas. Entonces no pude aguantarme y
empecé a llorar ni si quiera sé muy bien porque, y Bea empezó a llorar también,
las dos sonreíamos mientras llorábamos, y sin decir nada le di la caja. Su
llanto empezó a ser un poco más débil, ya que parecía concentrada examinando
que era aquello que le acababa de dar, entonces activó el mecanismo y la caja
reprodujo la melodía alegre que tanto me gustaba…y Bea se quedó en silencio
escuchándola. De pronto esa habitación de hospital tan blanca y fría se
convirtió en miles de recuerdos para mí, en miles de lugares dónde habíamos
estados, miles de anécdotas que las dos recordábamos bien, personas con las que
habíamos convivido las dos. No lo sé seguro pero creo que para Bea también fue
algo así, ya que empezó a llorar aún más fuerte pero sonriendo. Yo le di la
mano y la abrace como puede, estando ella tumbada en la cama pero con el torso
un poco elevado en esas camas de hospital que se pueden mover de diferentes
maneras. Allí estábamos las dos en la postura más incomoda del mundo siendo
felices con un dolor que nos atravesaba la espalda y a cada una entera. El
llanto siguió natural y tranquilo, mientras su tía y su madre nos trataban de
calmar pero nosotras sabíamos que iba para largo. Y realmente ni si quiera nos
preocupaba. Cuando terminó le pregunte sobre los médico y que le habían dicho.
Ella respiró hondo antes de contestar y me dijo que se recuperaría con un
tiempo más largo de lo normal en ese caso de lesiones, porque tenía una
deformación en la espalda de antes del accidente. Y así, yo tragué saliva y
dejé que otro dolor más se me metiera dentro y se esparciera por mis huesos,
mis músculos y mis órganos. Pero ya no lloré más, ninguna de las dos lo
hicimos.
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