miércoles, 11 de agosto de 2021

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Y así fue como Antonio, llegó a casa y me dijo que había tomado su decisión que quería ser tratado por el sistema de medicina normativo, por los psiquiatras y psicólogos convencionales. Y yo antes que nada soy amigo de mis amigos, abuelo de mis nietos, padre de mis hijos y viudo de mi amada difunta esposa. Y aunque debo admitirlo, en el primer momento mi orgullo profesional se molestó, pensé en mi nieto y en que su libertad y el respeto que se merecía estaban por delante de todo eso. A tuvo que ser ingresado en la planta de psiquiatría del hospital general durante un mes. Esto fue un golpe muy duro para los dos.        Antonio lloraba después de cada consulta que teníamos con los médicos y psicólogos. Yo le abrazaba y le escuchaba, y después siempre le repetía que todo esto era para su bien, que si estaba pasando por todo eso,  cuando se acabara conseguiría algo maravilloso. Yo quería creerlo también, aunque a veces me quedaba sin fuerzas y esperanzas, pero siempre me aferraba a ese pensamiento y me servía. Cuando los médicos decidieron que tenía que pasar un tiempo ingresado en la planta de psiquiatría fue durísimo, pero yo solo me quede a su lado cuando el lloraba y lloraba. No le seguí repitiendo que todas las cosas que pasaban eran para mejor. No le decía nada solo le ofrecía mi apoyo físico, mi presencia.

La primera noche que pasé sin Antonio fue horrible, la ansiedad pudo conmigo en muchos momentos y pensé que ninguno de los dos lo podríamos superar. Durante ese mes horrible que Antonio, pasó en el hospital. Mientras esperaba sus llamadas que era lo que más me importaba en todo el día, me dediqué/refugié en mis estudios. Estaba en parte frustrado porque Antonio se había asustado tanto de lo que yo le había propuesto que tenía la sensación de que algo había hecho yo mal en el proceso. Después de darle muchas vueltas me propuse los siguientes objetivos: primero trabajar mucho tiempo conmigo mismo, practicando la psicomagia solo; tendría que empezar por cosas pequeñas y sencillas y practicarlas durante mucho tiempo hasta poder aplicarla en casos más graves y serios. Uno de los miedos que me parecía que podría hacer frente con la psicomagia y que no sería necesario un esfuerzo enorme para ello, podría ser la claustrofobia. Desde que era un niño me había sentido muy agobiado en los espacios en los que no había puertas o ventanas, o en los espacios en los que era difícil encontrar la salida. Era un miedo más a los espacios cerrados que a los espacios pequeños, el miedo a sentirme atrapado más que el miedo a no tener suficiente espacio. Se me ocurrió que un ritual que podría ser bueno para superar ese miedo sería pasar mucho tiempo en algún sitio en el que me hubiera sentido muy atrapada, o en el que yo sabía que me sentiría muy atrapado, pasar allí mucho tiempo pero a la vez sentirme libre y contento.

 Entonces pensé en una parada del metro que estaba bajo tierra en la que me había sentido muy agobiado muchas veces, cuando tenía que pasar allí más de unos diez minutos. Me acordaba que a diferencia de en otras paradas en esa siempre se me conectaban los datos del móvil. Podría pasar allí varias horas, pero llamar a algún amigo que viviera en otra ciudad o en fuera del país, para sentir que las conexiones se pueden dar incluso bajo tierra. Como toque poético pensé que podría leerle alguna poesía, o algún pasaje de un libro que me recordara a esa persona.

Decidí que debería estar mínimo ocho horas en la parada del metro, al principio pensé que me pondría más aprueba si lo hiciera por la noche, pero me di cuenta rápidamente que no lo podría soportar. Que estaba haciendo lo mismo que hice con Antonio, llevando las cosas demasiado lejos, y que debía como ya me había dicho a mí mismo antes, hacer las cosas a una escala más pequeña. Así, decidí que estaría las horas normales de la jornada laboral durante un día entre semana. El martes siguiente fui a la parada del metro. Sólo me quedaba pensar en el amigo o la persona a la que podía llamar y de verdad sentirme a gusto y en confianza para decirle lo que estaba haciendo, y bueno, también para poder así decidir el poema o el trozo de libro que le leería. Primero pensé en Antonio, pero luego vi debía dejarle descansar, no quería estresarle más, de lo que ya lo había hecho. Entonces se me vino a la cabeza mi buen amigo José Luis, el único amigo que había conservado desde el colegio hasta ahora. Había compartido con él casi todo los acontecimientos, más extraños, íntimos e importantes. Solía andar un poco ocupado la mayoría del tiempo, pero ahora ya era un jubilado como yo. Así que si le llamaba unos días antes y le explicaba lo que quería hacer, seguro podría hacer un hueco para hablar conmigo y que le dedicara un pequeño poemita. Le envié un mensaje a Jose Luís y me contesto con una llamada. Estuvimos un rato bastante largo contándonos la vida, yo le conté todo lo que había pasado recientemente incluido todo lo de Antonio, y después le conté la idea de lo del metro. Me dijo que le parecía muy bien que podía contar con él sin problema. Se me quitó un peso bastante grande de encima al oír que aceptaba la idea, y como siempre sentí un gran amor y agradecimiento por que la vida me hubiera dado un amigo tan bueno.

Al día siguiente mi único plan era llamar a Antonio por la noche, así que podría estarme de ocho a ocho en la parada del metro y llamar a José Luís después de las cinco que es cuando me había dicho que le venía bien. Así lo hice, a las ocho de la mañana llegué a esa parada del metro con mi mochila cargada con mi  portátil plenamente cargado, dos bocadillos, dos mandarinas, una botella de agua, y una barrita de avena y chocolate. A las ocho de la mañana estaba todo lleno de gente  entrando y saliendo de los metros. Eso me agobiaba un poco, pero a la vez me entretenía curioseando lo que la gente hacía, llevaba o decía. Los peores momentos fueron cuando todo se quedaba un poco más muerto y el aburrimiento dejaba que la ansiedad se apoderara de mi mente. Esto pasó sobre todo desde las diez y media hasta las doce. Para lidiar con el agobio y el pánico me puse video de youtube, porque leer no me funcionaba, ya que no me podía concentrar. Así pase los peores ratos, comer también me distraía. Desde la una hasta las dos y media volví a entretenerme bastante con la gente que transitaba por allí. Desde las dos y media hasta las cinco y media lo pasé bastante mal, pero me entretuve pensando en cómo iba a hacer el ritual para José Luís. El poema que le iba a dedicar ya lo había decidido, así que me entretuve pero no tanto. Dieron las cinco y media y era la hora de llamar a José Luís. Sentí un grandísimo alivio al ver la cara de mi amigo por la pantalla con esa imagen de tan baja calidad. Fue como una luz clarificadora y cálida. Allí estaba mi fiel amigo con sus enormes gafas, sus gorditas mejillas y su cabeza mayormente calva. Me sentía salvado y rescatado, toda la gratitud del universo y de mi ser estaban reunidas en mi gratitud por contar con mi buen amigo José Luís. –José Luís!!! No sabes cómo me alegro de verte. Yo le conté un poco como me había estado sintiendo durante la experiencia, y el al ver que había estado bastante agobiado, me intentó distraer contándome cosas que había hecho e intentando hacerme gracia. La verdad es siempre me reía mucho con él, nos reíamos de cosas bastante sencillas y absurdas y eramos muy felices. –Bueno Josele allá va te dedico este poema de Octavio Paz que me ha recordado a nuestra amistad que tanto nos ha ayudado a estar y a olvidar:

La amistad es un río y un anillo. El río fluye a través del anillo.

El anillo es una isla en el río. Dice el río: antes no hubo río, después sólo río.

Antes y después: lo que borra la amistad. ¿Lo borra? El río fluye y el anillo se forma.

La amistad borra al tiempo y así nos libera. Es un río que, al fluir, inventa sus anillos.

En la arena del río se borran nuestras huellas. En la arena buscamos al río: ¿dónde te has ido?

Vivimos entre olvido y memoria: este instante es una isla combatida por el tiempo incesante

Cuando acabe de leer, José Luís se quedó como un minuto en silencio, y luego me dijo; -La verdad que me cuesta un poco de entender, ¿la podrías leer otra vez? La volví a leer, y él me contestó: -Muchas gracias Joaquín, la verdad es que no se si entendido exactamente el significado de la metáfora, sé que tiene que ver con la idea de que la amistad es como un pequeño oasis en el que el tiempo se disuelve pero que a la vez es por donde pasa. Espero que lo que he entendido no se aleje mucho de lo que quería decir el autor, y de lo que querías decirme tú. En ese momento yo no le estaba prestando mucha atención y sólo le pude contestar: -Claro que sí. No le prestaba atención porque me estaba enfocando en la maravillosa sensación que había tenido mientras le leí dos veces el poema. Por primera vez me había olvidado de donde estaba, y me había sentido en paz y tranquilo metido en esa parada del metro. Me quise concentrar mucho en esa sensación para que me durara lo máximo posible, ya que aún me quedaban a cerca de tres horas de estar ahí. Por eso la conversación con Jose Luís no se alargó mucho más. Pensé para mis adentros que más tarde, u otro día tendría tiempo para comentar todo lo que había sentido y agradecerle lo suficiente que me hubiese ayudado a llevar a cabo esa experiencia. Me seguí concentrando en la sensación de tranquilidad que había tenido, y para que no se acabara después de finalizar la llamada con José Luís, seguí leyendo poesía, porque pensé que me ayudaría. La sensación de paz ya armonía se iba disolviendo poco a poco hasta que me volvía a sentir bastante angustiado, leer ayudaba pero definitivamente no era lo mismo. A pesar de la sensación de angustia que volvía a tener, en el fondo de mi había un pequeño sentimiento de seguridad muy cálido y reconfortante, que yo sabía que era por el ritual. Cuando me di cuenta de eso, entonces pensé que el esfuerzo había merecido la pena.

Cuando llegué a casa sobre las nueve, llamé a Antonio para ver cómo se encontraba ese día, y la verdad es que no tuvimos una larga charla porque se encontraba muy somnoliento por la medicación. Aún me revolvía mucho las entrañas todo lo que estaba pasando con Antonio, pero ni si quiera podía hablar mucho con él, pensaba que sólo me quedaba encomendarme a las fuerzas del universo y pasar mi tiempo estudiando la psicomagia. Al sentirme tan mal al oír a mi nieto en ese estado, el sentimiento de pequeña parcela segura que había creado aquella tarde, aún se sentía muy reconfortante. Eso me motivo a seguir experimentando.

Al día siguiente me propuse crear un pequeño ritual para un miedo que me costaba reconocer a los ojos de los demás, pero que yo era muy consciente de que lo tenía, y era mi miedo a no ser perfecto. Yo siempre quería que mi nivel de trabajo y de resultados en todo lo que hiciera tuviera perfección, o al menos que estuviera muy muy cerca. A veces me sentía muy estúpido por ello, porque cuando me paraba a pensar lo que significaba ni si quiera lo sabía muy bien. Sin embargo sabía que para mi significaba trabajar a un nivel de intensidad muy alto, en el que muchas veces no importaba el tiempo que dedicaba, o el esfuerzo o sobreesfuerzo que hacía. Tenía que ser el mejor de los mejor a ser posible. Entonces me vino a la cabeza muy rápidamente lo que tenía que ser: Un desastre profesional pero expresándome artísticamente. Entonces pensé en los payasos, y en que hacía poco había visto una entrevista a dos payasos profesionales, en la que hablaban de que había escuelas de payasos y que era un oficio y una carrera. Pensé que no sería lo adecuado tampoco y que no tenía tiempo, de sacarme la carrera entera de payaso, así que intenté buscar cursos o cursillos para ser payaso profesional. Y ahí que encontré uno de tres semanas en una escuela que estaba a media hora en coche. El cursillo era muy divertido y me mantenía ocupado durante unas seis horas al día. La verdad que al principio pensé qué elemento artístico debería añadirle a esta experiencia para transformarla en algo poético, pero en cuanto estuve una horas en la escuela comprendí que el curso era un enseñanza artística en sí misma.

Las clases consistían en varios ejercicios en los que básicamente había que pensar sólo en pasárselo bien, y en convertir las malas situaciones, o los errores, en errores más grandes o situaciones aún peores. Así se pasaba de lo ridículo a la hilaridad. La verdad es que al principio me daba bastante vergüenza participar en los ejercicios en frente de los demás compañeros y sentía que  de cierta manera estaba perdiendo mi tiempo, y aunque los primeros días casi no participaba y me quedaba muy quieto sólo mirando y esperando a que nadie notara mi pasividad en las clases, después de tres días me animé a participar. La actividad consistía en “escalar una silla”. Era un ejercicio bastante simple y tonto. Pero realmente me imagine en mi mente los movimientos que creía recordar que hacía cuando era pequeño e iba al rocódromo dos veces a la semana. Y los intenté “aplicar” a la silla, realmente era torpe a más no poder y provocaba la carcajada más inocente y sencilla. Mientras empezaba a coger la silla de un lado y de otro, intentar abrazarla como si fuera la pared de una montaña, y poner todo my supuesto esfuerzo en ello mientras me caía al suelo, de cabeza,de rodillas, apoyando las muñecas llevándolas al borde de la fractura etc. Se me escapaban las carcajadas, y en un primer momento, sólo me concentraba en mí mismo y en la diversión que me estaba dando todo aquello. Pero después de unos momentos me di cuenta que todos a mi alrededor se estaban riendo a carcajada limpia igual que yo. La verdad que me sentí muy bien, he hizo que me riera aún más, y al final de la situación todo el espacio de la clase se convirtió en una carcajada gigante de las 15 personas que estábamos allí. Fue un momento muy divertido y también feliz. Me sentí muy tranquilo y  aliviado de muchos pesos emocionales que sentía sobre mis hombros. A medida que pasaban los días me iba sintiendo más cómodo en las clases y cada vez participaba más. Cuando el cursillo acabó me di cuenta de cómo eso había afectado también mis tareas del día, por ejemplo el hecho de casi no pudiera hablar con Antonio, ya que se encontraba muy medicado, me pesaba menos sobre los hombros. El hecho de que me sentía bloqueado de cierta manera profesionalmente ya que no podía ayudar a mi nieto con nada de lo que había estudiado, me afectaba de otra manera. Me dolía mucho, mentiría si dijera que no. Pero se hacía más fácil pasar el día y la noche cuando recordaba la risa que toda esa torpeza y ridiculez me hacía sentir. 

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